miércoles, 14 de noviembre de 2012

MARATON ALPINA JARAPALA


¿Duele? ¡Claro que duele!

Así reza el le lema de esta carrera, de la que tanto había oído hablar antes, y a la que con estas palabras pretendo hacer justicia. Me habían hablado de la calidad de los participantes, de la perfecta organización, del maravilloso paisaje… y todo era verdad. No me extraña que la carrera siga creciendo cada año en popularidad y se haya convertido en prueba ineludible en los calendarios de tantos clubes de montaña. Pero doler, duele.

Duele cuando subes y cuando bajas, por senderos inclinados, pedregosos, apenas esbozados,  a los que da miedo asomarse y que se te quedan grabados en la cabeza durante horas una vez que terminas la carrera. Ascensiones interminables, como a la de la Bola, con más de 50 minutos con las manos en las rodillas. Bajadas de vértigo, como la de Mijas, un zig-zag  tan divertido como peligroso, o la del final del recorrido, donde oías ¡ay” por todos lados: tres íbamos bajando juntos y a relevos nos acalambrábamos, “oye, ¿y tú no te paras? “Sí, cuando llegue al globo”. Duelen los cuádriceps, los gemelos, los soleos, los aductores y… las pestañas. Duelen los tobillos porque llevas horas pisando sobre piedras que se doblan y aristas que se te clavan en las plantas de los pies como si fueran cuchillas. Duele ser consciente de tus limitaciones físicas, saber que no puedes ir más deprisa, aunque quieras, porque el corazón te va a estallar y no puedes subir la barbilla para buscar aire porque desviar la vista de tus pies supone irte al suelo. Y duele cuando, a pesar de todo esto, aún te queda un pensamiento para tus colegas, los del buitre a la espalda, a los que echas de menos.

 Y la gente te dice… “ y si tanto duele ¿por qué la haces?” Porque también se disfruta: cuando saltas sobre piedras y te deslizas por el fango, cuando salvas árboles caídos o te agachas para evitar las ramas de los que te cierran el paso, cuando pisas sobre una capa de humus tan gruesa que se te hunde el pie hasta el tobillo o te resbalas por mil hojas que alfombran el piso del bosque, cuando aspiras el olor que desprenden los pinos después de una semana de lluvias, y cuando juegas con los toboganes, esprintas en los pocos metros de llano o tras una cuesta, te agarras a una cadena para escalar unas rocas, te ríes cuando el crono marca tan sólo 21 kms en tres horas de carrera, … . Pero la satisfacción también llega de otra forma y todavía empieza antes, con tus amigos, los de las camisetas amarillas, que se han reunido todos para tomarse un café contigo, echar unas risas y desearte suerte; no bastaba con mandarte un mensajito, los de este club se quitan de sus cosas para decirte adiós, te llamarán en unas horas para ver que tal está el ambiente de la carrera, y después de la competición para ver cómo ha ido todo, te pedirán las fotos y que les cuentes todos los detalles y se alegrarán de saber que has disfrutado. Alguno, ¡ay mi Win!, no contento se irá contigo a Alhaurín, te animará a cada momento, se preocupará porque te lleves la mochila para hidratarte en carrera, te hará fotos y te ayudará a levantarte cuando, ya en meta, caigas exhausto al suelo. Esto no es un club, un club lo tiene cualquiera.

                Por eso, aunque duele, te vienes de Málaga con un saborcito dulce en la boca que todavía dura y te dices “el año que viene, si Dios quiere, me verán otra vez en Jarapalos.”

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